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Este es mi segundo post en el blog, un amigo al leer el primero me envió un mensaje citando a Henry Miller, «El destino de uno nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas». En este domingo de Pascua veo a Notre Dame bajo una nueva luz. La explicación de cuándo algo será importante es un misterio que guardamos en secreto en algún lugar.

Era un frío día de invierno pero este clima no era razón para no vagar y explorar. Estaba profundamente enamorada de mi marido, lo que hizo que todo fuera más romántico de lo que ya era en aquella extraña y nevada tarde de febrero en París. Rara vez nieva en París, ni viajo a un destino si no es por trabajo. Esta vez acepté ser la dama mantenida que acompaña a su novio en un viaje de negocios.  La nieve comenzó a caer a un ritmo que se extendió por las pestañas hasta convertirse en plumas pesadas. Seguí el camino más hermoso posible, el que tenía una manta recién puesta. Matando el tiempo hasta que mi novio regresó del trabajo no discutí que mis pies congelados y mojados siguieran moviéndose, aparentemente tenían un lugar a donde ir.

Para mantener mi cámara seca sólo la saqué en los momentos más obvios. Inesperadamente, en lo que me pareció un momento extraño, estaba parada frente a una de las iglesias más impresionantes del mundo. Estaba todo muy tranquilo, las primeras horas de nieve tienen la costumbre de hacer eso. La gente estaba inmóvil como las esculturas del parque. Las imágenes estaban sucediendo en todas partes. Las escaleras que descendían al río Sena formaban rectángulos perfectos y las ramas de los árboles daban las formas orgánicas necesarias para enmarcar la escena perfecta. Disparé a pesar de que el agua rodaba ahora en mi pantalla de enfoque y el objetivo estaba todo empañado. La mejor hora para fotografiar es la hora de los chirridos y en este día el brillo de su luz azul marino mezclado con la nieve iluminó la torre en lo alto de Notre Dame como una silueta en forma de una flecha gigante disparando a los cielos. Poco sabía que un año y algún tiempo después las fotografías que tomé de esa espiral de flechas se convertirían en algo más importante para mí que antes.

Ese día sería la última vez que podría fotografiar la catedral y verlo, antes de su horrible tragedia. Por muy gótica e irónica que sea su historia, se ha convertido una vez más en otra historia dramática. Ya no veo muchas noticias duras, de hecho casi nunca enciendo el televisor debido a la abundancia de noticias sensacionalistas, así que al recibir la noticia de que esta mágica torre se estaba quemando decidí conservar mi memoria hasta ese momento tan especial que tuve esa extraña y temprana noche nevada de febrero en París.

La vida puede ser así, hoy aquí y mañana no. Tal vez todo esto sucede por alguna razón y con respecto a algún lugar más elevado. Prefiero creer que nos dan lecciones para aprender a apreciar y respetar lo que tenemos. A veces es cuando se pierde que admiramos que logramos valorar su significado aún más. Difícil pero cierto, cuando la torre estaba ardiendo en esas dramáticas llamas devastadoras, se volvió más importante, no sólo por su historia y cultura sino por el mundo artístico que representa.