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Soy estadounidense nacida de madre española, y desde pequeña iba al pueblo de mi madre en verano por vacaciones. Allí en el pueblo, como en muchos otros en España, se celebran las fiestas, que tienen origen religioso honrando a su santo, pero que ahora son más una celebración en general para todo el pueblo. El verano es la época mas típica de las fiestas, y es cuando los pueblos están más llenos. Dentro de esta tradición hay otra, la de los toros. Los encierros se hicieron famosos en el extranjero por el escritor Ernest Hemingway y la ciudad de Pamplona, pero en muchos pueblos se celebran sus propias versiones. Los ayuntamientos y lugareños contribuyen en la compra de uno o varios toros o novillos, ¡y a correr por el pueblo hasta que se agotan!

Cuando me preguntan en EEUU qué opino sobre esta tradición, mi respuesta suele ser que es un tema difícil. La verdad es que no sé del todo qué opino. Por un lado me parece fatal, pero por el otro lado entiendo la tradición, aunque esta no sea razón para aceptarla. Realmente con lo que no estoy de acuerdo es con la tortura de los animales, y muchas veces es verdad que son torturados. En esta ocasión quiero enseñar estas fotografías y dejar que vosotros expreséis vuestras opiniones. La maravilla de la fotografía.

Un verano de texturas.

El Mood: El proyecto 072019 es primariamente malva, con un toque frío de gris menta y de amarillo claro arena.

Son imágenes inspiradas en la nueva realeza nómada y me lo tomo como algo personal. Me he enamorado de las rocas.

«Mi libro familiar de cuentos de Hadas» sin los retratos sólo los paisajes. Son verdaderos momentos encontrados en la vida real.

La isla de Sifnos y Poliegos han sido la meca de los artistas, exploradores y viajeros durante miles de años y estoy segura de que hay una razón para ello. Un imán de gran poder se sienta en su núcleo lanzando su red sólo capturando los que encajan en su peculiar garra. Mis palabras no son para contar una historia sino para describir los pensamientos que me vienen a la mente desde mi última visita. A veces son importantes.

Olas violentas durante una experiencia de verano se traducen en un recuerdo melancólico, lo suficientemente inspirador como para sentarse y dejar pasar las horas recordando la irónica alegría. Las variadas texturas de la naturaleza se pueden sentir en las superficies de las grietas y agujeros medio llenos de agua. La vulnerabilidad es belleza. El silencio hace un ruido mucho más grande. Nos recuerda que somos frágiles pero fuertes.

Una roca ovalada sostiene a la niña que está salvando a su padre del reflejo del agua, hipnotizada por su traducción.

Me llevaron a un lugar sin retorno. La energía se detuvo. El sabor del oro con una neblina de polvo púrpura cubre los pinos que dan sombra a un barco lleno de gente. Celosos de la soledad, queriendo más tiempo para pensar, llega un momento en el que uno ya ha tenido suficiente del mundo exterior y no anhela demasiado.

Ir más lento para encontrar el orden.

Plumas invisibles caen de un cielo azul claro. Detrás del muro hay otro muro que conduce a otros cuatro muros. Sé que están ahí porque ya he estado aquí antes. La lluvia vendrá otra vez y se llevará las conchas, estableciendo un nuevo comienzo sin la misma línea torcida.

Nunca llamaron a casa.

Este es mi segundo post en el blog, un amigo al leer el primero me envió un mensaje citando a Henry Miller, «El destino de uno nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas». En este domingo de Pascua veo a Notre Dame bajo una nueva luz. La explicación de cuándo algo será importante es un misterio que guardamos en secreto en algún lugar.

Era un frío día de invierno pero este clima no era razón para no vagar y explorar. Estaba profundamente enamorada de mi marido, lo que hizo que todo fuera más romántico de lo que ya era en aquella extraña y nevada tarde de febrero en París. Rara vez nieva en París, ni viajo a un destino si no es por trabajo. Esta vez acepté ser la dama mantenida que acompaña a su novio en un viaje de negocios.  La nieve comenzó a caer a un ritmo que se extendió por las pestañas hasta convertirse en plumas pesadas. Seguí el camino más hermoso posible, el que tenía una manta recién puesta. Matando el tiempo hasta que mi novio regresó del trabajo no discutí que mis pies congelados y mojados siguieran moviéndose, aparentemente tenían un lugar a donde ir.

Para mantener mi cámara seca sólo la saqué en los momentos más obvios. Inesperadamente, en lo que me pareció un momento extraño, estaba parada frente a una de las iglesias más impresionantes del mundo. Estaba todo muy tranquilo, las primeras horas de nieve tienen la costumbre de hacer eso. La gente estaba inmóvil como las esculturas del parque. Las imágenes estaban sucediendo en todas partes. Las escaleras que descendían al río Sena formaban rectángulos perfectos y las ramas de los árboles daban las formas orgánicas necesarias para enmarcar la escena perfecta. Disparé a pesar de que el agua rodaba ahora en mi pantalla de enfoque y el objetivo estaba todo empañado. La mejor hora para fotografiar es la hora de los chirridos y en este día el brillo de su luz azul marino mezclado con la nieve iluminó la torre en lo alto de Notre Dame como una silueta en forma de una flecha gigante disparando a los cielos. Poco sabía que un año y algún tiempo después las fotografías que tomé de esa espiral de flechas se convertirían en algo más importante para mí que antes.

Ese día sería la última vez que podría fotografiar la catedral y verlo, antes de su horrible tragedia. Por muy gótica e irónica que sea su historia, se ha convertido una vez más en otra historia dramática. Ya no veo muchas noticias duras, de hecho casi nunca enciendo el televisor debido a la abundancia de noticias sensacionalistas, así que al recibir la noticia de que esta mágica torre se estaba quemando decidí conservar mi memoria hasta ese momento tan especial que tuve esa extraña y temprana noche nevada de febrero en París.

La vida puede ser así, hoy aquí y mañana no. Tal vez todo esto sucede por alguna razón y con respecto a algún lugar más elevado. Prefiero creer que nos dan lecciones para aprender a apreciar y respetar lo que tenemos. A veces es cuando se pierde que admiramos que logramos valorar su significado aún más. Difícil pero cierto, cuando la torre estaba ardiendo en esas dramáticas llamas devastadoras, se volvió más importante, no sólo por su historia y cultura sino por el mundo artístico que representa.

En todos los rincones del mundo hay personas que se enfrentan a la definición de su identidad para poder encajar o adaptarse en un determinado ambiente (ya sea social, económico, cultural o político). Se trata de un concepto determinante en nuestra posición o situación dentro de la sociedad. Mientras algunos cuentan con el don natural de inventarse a sí mismos, la mayoría lucha por encontrar los rasgos de identidad que mejor les definen.

Nacida en Carolina del Sur (Estados Unidos), de madre española y padre norteamericano, siempre me he sentido atraída por el tema de la identidad, y es muy probable que esta sea la razón por la que escogí ser fotógrafa. Mi oficio me obliga a cuestionarme si la propia naturaleza del trabajo fotográfico modifica nuestra percepción de la realidad. Cuando capturamos una imagen o transmitimos una historia, ¿no se trata acaso de un reflejo de nuestra propia perspectiva cultural?

En otro nivel, algunas ciudades se debaten de forma similar en torno a su propia identidad cultural, llegando en ocasiones al extremo de inventársela. Qatar es un buen ejemplo. Se trata de un país que visité recientemente y que me hizo preguntarme si el espíritu de un lugar puede construirse a partir de una visión inicial. ¿Se puede realmente definir la identidad de una ciudad partiendo de un estado de ánimos?

Las agencias de comunicación e imagen buscan este tipo de conexión emocional como puntos de partida. Construyen identidades corporativas mediante el uso de imágenes, colores y estilos buscando transmitir el valor de una empresa, en qué cosas cree y por qué existe. Finalmente, es esta conexión emocional la que crea una marca, una identidad.

A partir de este razonamiento, acepté encantada la invitación de Skyscanner a través de Blueroom (que ahora representa a VisitLondon) para visitar Londres, una ciudad con una marcada identidad que estas empresas ayudan a forjar.

Cuando visualizamos la ciudad de Londres, la mayoría sentimos algo muy preciso, una emoción basada en nuestras experiencias personales y en las fotos o películas que hemos visto. A pesar de que en esta capital se hablan más de 100 idiomas y coexisten infinidad de religiones, normas e ideologías, Londres, en su esencia inusual, sigue siendo definitivamente Londres.

Durante el viaje, sentí el impulso de explorar esta identidad en las cosas inesperadas. ¿Sería capaz de captar el espíritu londinense a través de lo típicamente inusual? Con la determinación de averiguarlo, me decidí a disfrutar de un soleado fin de semana de octubre recorriendo dos barrios que no se encuentran en los típicos mapas turísticos: Bethnal Green y Stratford. Estas imágenes reflejan algunas de las situaciones que captaron mi atención y que supusieron un regalo para mis ojos.

Transición. El latido de una nación. El elefante blanco. Motocicleta china más barata que la tailandesa. Un arquitecto y un economista se quedan en el Strand. Una pareja americana me pregunta si hay un monje jefe como el Papa. La teca puede tener pronto una mejor ley que la regule. Hay caminos de cemento, no de asfalto.

Almorce con el primer paciente del doctor. La luz es suave y no agresiva, tampoco la gente. Té de jengibre caliente. No hay café podrido. Lenguaje fino de Mandalay. Caminando por el cielo. Comer oro. Envía una postal. Ensalada de hojas de pennywort. Flor de plátano. Limón. el Estado Shan. Estado de Rachine. Sittwe. Chin. Cerrado. Monje malo. Buen monje. Si los turistas no entran nadie sabe lo que está pasando. Compartí un taxi con un arquitecto y su esposa, que eran de Hong Kong. Un coche azul se detuvo para recogerme bajo una lluvia torrencial.

Los niños reparten bolsas de plástico. Una fila de personas empuja la fregona más grande que he visto. Un buda disco con mi color favorito, un brillante verde «espuma de mar». Un estudiante de bellas artes que quiere practicar su inglés. Revolución del Azafrán 2007. Freno de emergencia hecho de piedra. Tubería de plástico azul organizada. Platos Old Paw Pounded, dice en el menú. Casas temporales del río hinchado. Chorros de betel salpican la acera y los puestos de Thanaka pintan la calle. Necesitaba una bicicleta para una amiga, ahora necesito una motocicleta. Sólo unos pocos niños desnudos de vientre plano junto al río. ¿Carne de tigre? ¿Budista judío?

Buda dice que si dejas de desear, dejarás de sufrir. Canta con un swing. ¿Eres lo suficientemente hombre, grande y malo? ¿Vas a dejar que te derriben? Ladrillo de arco gótico. Puede que te reencarnes en una vida baja. Fallo de la cámara. Energía positiva. La gran sonrisa. El turismo puede dañar. La vida es un pasaje en el que lo que realmente poseemos es nuestro espíritu, el resto es demasiado egoísta.

Aquí está el enlace de la versión digital de un artículo publicado ayer en la revista El País Semanal de España, llamado «La nueva cara de Myanmar», escrito por Amelia Castilla. Incluido en el post hay una galería de más de mis fotografías tomadas en el mismo viaje.

Hay dos cosas que siempre me han llamado la atención. Una es la obligatoriedad del servicio militar. Recuerdo la primera vez que supe que había mujeres obligadas a hacer la mili. Lo contó una compañera israelí cuando estudiaba Bellas Artes y Fotografía, y nos enseñó las fotos que había hecho cuando le tocó hacer el servicio. Sé que hay otros países que también hacen esto, así que no estoy dándole un toque a Israel. Es solo que mi primera noción de la mili para mujeres está relacionada con este país, en el que casualmente tomé esta fotografía hace poco en un viaje a Jerusalem.

La otra cosa que me llama la atención es la facilidad y la actitud de algunas personas al empuñar un arma. Conozco a gente, y de hecho tengo amigos que llevan armas, y es algo que me hace sentir muy incómoda.

Para mí es muy sencillo: las armas matan. Yo no quiero matar a nada ni a nadie, ni quiero que me maten a mí o alguien a quien quiero (o a cualquier persona, en realidad).

Mientras paseaba por la zona comercial del centro de Jerusalem vi a un grupo de chicos con ametralladoras. Charlaban y se reían con sus armas colgando en la espalda. Empecé a hablar con una de las chicas, la de la fotografía, y me explicó que todos eran militares. La imagen me impactó y le pregunté, de broma, si podía disparar una foto. La chica posó amablemente para el retrato con una gran sonrisa mientras sostenía su metralleta fuertemente y con orgullo. Personalmente el resultado me parece interesante, especialmente el contraste entre una chica rubia y guapa y esa enorme arma.

Os invito a compartir vuestra opinión sobre las armas y las leyes que las regulan. Es un tema muy importate que tenemos que tratar de forma seria.

Y por favor, si estáis inspirados, compartid también vuestra opinión sobre el poder de la fotografía.

una rubia armada

A diferencia de posts anteriores en los que, inspirada por una situación, primero pienso, luego escribo y por último fotografío; en esta ocasión vuelvo a mis raíces, primero fotografiar y luego escribir.

Mientras los aburridos atascos de Madrid y las grandes urbes contaminan, y son motivo, casi siempre causa de bullicio y disputas; quedan otros atascos por descubrir.

Uno de ellos es la marcha de más de mil bueyes canarios- algunos de más de 800 kilos de peso- arrastrando las tradicionales carretas de madera, cuyas ruedas parecen a punto de romperse por el peso en cualquier momento, llenas de gente de todas las edades, asando carne en la parte trasera y sirviendo vino a cuantos pasan a su lado.

No me atrevería a dar una cifra de cuántas fiestas patronales se celebran cada año en todas las ciudades, pueblos, villas, aldeas y vecindarios de España, pero sí puedo afirmar que se pueden obtener muy buenas fotografías en todas y cada una de ellos. Cuando comencé mis estudios de fotografía en la Escuela de Arte y Diseño de Savannah, mi profesor de entonces me recomendó que hiciera fotografías de España durante mis vacaciones estivales.

Recién descubierta Cristina García Rodero -aún hoy mi fotógrafa española favorita-, y después de pasar todo aquel verano en el pueblo de mi madre, comencé con la idea de una colección de fotografías de fiestas. Y hoy, 22 años después, todavía me emociona tener la oportunidad de participar y fotografiar una fiesta.

Invitada por BlueRoom y la Oficina de Turismo de Tenerife, este verano he tenido la oportunidad de asistir junto a otros periodistas a las Fiestas de la Orotava.

La Orotava es una colorista ciudad colonial ubicada en una de las laderas del Teide, el gran volcán que se eleva por encima de las islas Canarias como un halcón. Como invitados oficiales, nos invitaron a vestirnos como «Magos», con los trajes regionales para poder disfrutar plenamente de la fiesta junto a los vecinos. Completamente de incógnito, excepto por mi cámara que destacaba allá donde fuese.

El último domingo de fiestas tiene lugar la Romería, que comienza en un alto del pueblo y va descendiendo por la montaña. Vestida de Maga, cogí mi cámara y me fui haciendo un hueco hasta llegar a La Casa de Los Balcones.

Era impresionante ver a los bueyes encarando la pendiente casi en diagonal con el suelo, utilizando sus pezuñas como frenos. Lo lógico sería que los carros los condujeran hombres hechos y derechos acostumbrados a trabajar con los bueyes en el campo y manejarlos en situaciones delicadas, pero en vez de eso muchos de los carros iban guiados por niños, orquestando y asegurando el flujo del tráfico como si fueran guardias urbanos. Huelga decir que los bueyes son criaturas pasivas y tranquilas que parecen estar, a su vez, orgullosos de participar en la romería.

Éstas son las imágenes que capté y tengo la sensación de que la única forma de presentarlas era contando una historia. Mi favorita es la del niño y su buey, la yuxtaposición y la composición gráfica hablan por sí mismas. El cuerno que parece prolongarse para proteger al niño, la admiración en la mirada del animal, tan intensa y obediente. El silbato en la boca del pequeño y la vara perfectamente alineada con la cruz. Sin comentarios!

Fotografías tomadas con mi cámara Haselblad 501, lente Carl Zeiss de 50mm y ligeramente retocadas para optimizar el tono y el color.

Muchos de nosotros hemos oído hablar de los Refugiados Saharauis, especialmente en España, pero pocos sabemos de su cruda realidad.

Básicamente son tribus nómadas, bereberes del desierto del Sáhara mezclados con árabes, que tienen su propia lengua, hassania, y su propia cultura.

Se asentaron en el litoral atlántico de África durante muchos años, entre Marruecos y Mauritania, y fueron colonizados por España con arreglo a la Conferencia de Berlín de 1884.

En 1975, presionada por EE UU y Francia y para salvaguardar «una buena relación con Marruecos», y movida por evidentes intereses económicos y políticos, España abandonó al pueblo saharaui y sus territorios, dejándolos solos en la lucha por sus derechos.

Ante la ocupación marroquí, los saharauis se armaron y lucharon hasta la firma del Plan de Paz de la ONU en 1991, donde se reconocía el derecho de autodeterminación del Sáhara Occidental mediante un referéndum. Referéndum que a día de hoy todavía no se ha celebrado. En resumen, más de 35 años esperando una solución, más de 20 desde el Plan de Paz de la ONU.

Todo un tema tabú.

Argelia les cedió unos 150km de desierto muy lejos de la costa del Sáhara Occidental para contribuir a mantener unidos a los saharauis, que construyeron campos de refugiados donde han elegido vivir para no perder sus señas de identidad y su cultura, con la esperanza de que algún día volverán a sus casas en su tierra. Sobreviven principalmente de la ayuda humanitaria y de sus múltiples sueños.

Resulta llamativamente increíble que en un mundo que aboga por la democracia, continúe esta situación y que nosotros como personas que compartimos este mundo permitamos el sufrimiento de las hermanas y hermanos de este pueblo amigo. Un flagrante caso de injusticia.

Cada año la comunidad cinematográfica y activistas saharauis de España se reúnen en el campo de refugiados de Dajla para celebrar un festival de cine, para disfrute de sus gentes, proyectando películas para mandar un mensaje al mundo entero de que este pueblo hermano no está olvidado, a la vez que le da un halo de esperanza y un poco de entretenimiento y diversión.

Este año cerca de 250 personas afines a la causa saharaui viajaron desde España, en avión hasta Tindouf y en caravana de 4 horas por el desierto hasta el campamento de refugiados en Dajla.

Los visitantes fueron distribuidos en distintos grupos y acogidos por familias caracterizadas por una gran hospitalidad, degustaron sus comidas tradicionales y durmieron en sus humildes jaimas, lo que conlleva vivir una experiencia única. Durante el día se realizan todo tipo de actividades sociales como representaciones de payasos en las escuelas, visitas al precario hospital y a su pequeño huerto invernadero, bailes y desfiles tradicionales para conocer mejor a este pueblo, sus orígenes y el porqué de su lucha.

El grupo de actores e invitados consensuaron una declaración entre todos, que fue redactada posteriormente por el actor Juan Diego Botto y leída en la gala de clausura del festival por el actor Eduard Fernández. Dice lo siguiente:

Los invitados a la novena edición del Festival Internacional de Cine del Sáhara, después de haber convivido una semana con distintas familias del campo de refugiados de Dajla, hemos decidido presentar este texto a la sociedad civil. Sabemos que son cientos los comunicados y manifiestos redactados por esta causa a lo largo de los años. Sabemos que son muchos los que creen que las palabras son cáscaras vacías que se lleva el viento y que estos manifiestos son brindis al sol destinados a llegar a ninguna parte.

Sabemos que no son pocos los que creen que esta es una causa perdida. Pero nosotros creemos distinto. Hemos aprendido de los saharauis que la dignidad no conoce plazos y que la lucha pacífica de este pueblo por retornar a su tierra no cesará hasta que se les devuelva lo que les pertenece por derecho.

Hemos aprendido de las revueltas árabes que las palabras son llaves en el motor de la voluntad y la voluntad de la gente unida puede tumbar regímenes que parecían eternos.

Hemos aprendido que la vida de los pueblos es más larga que la de los dictadores que los oprimen. Por eso, si es necesario repetirlo todo otra vez, lo repetiremos una vez, o dos, o cien, o mil o las que sean necesarias para prender en la voluntad de la sociedad civil y mover esta montaña que sabemos que no es ni puede ser eterna.

Tras abandonar España la colonia que tenía en el Sahara Occidental, este país sufrió la ocupación de Marruecos ante la lacerante pasividad de España. La ocupación trajo consigo una violenta represión bajo la que se escondía una voluntad de genocidio. Ello condujo a una guerra entre el pueblo saharaui y Marruecos. Guerra que se prolongó durante 16 años y que se cerró con la firma de un acuerdo entre las partes patrocinado por EE UU y Naciones Unidas.

En ese acuerdo Marruecos se comprometía a celebrar un referéndum en el que los habitantes del Sáhara Occidental decidirían sobre su futuro. Ese referéndum no solo no se ha celebrado, sino que los habitantes del Sahara ocupado sufren a diario la negación de su identidad, la represión, la cárcel e innumerables torturas por luchar por la independencia de su país.

El encarcelamiento, las palizas, las violaciones y las desapariciones son, desgraciadamente, prácticas habituales. Por otra parte, los exiliados de aquella ocupación llevan 37 años viviendo en campos de refugiados en durísimas condiciones.

No nos vamos a dirigir a los gobernantes españoles que, sean del color que sean, han apoyado a los saharauis estando en la oposición y los han abandonado al llegar al gobierno. Ni tampoco a los responsables de la MINURSO, la delegación de la ONU para la celebración del referéndum que ha mostrado una pasividad criminal ante los constantes abusos a los derechos humanos, ni tampoco al gobierno francés que se empeña en vetar una y otra vez toda vía de presión a Marruecos, no ya para que cumpla sus compromisos, sino siquiera para que abandone la sistemática tortura y represión de este pueblo.

Nos dirigimos sin embargo a la sociedad civil española, francesa e internacional para que presionen a sus gobernantes e instituciones para resolver esta indignidad que se prolonga desde hace ya demasiado tiempo.

Se ha de celebrar de una vez por todas el referéndum en el Sahara Occidental. La ONU debe asumir la vigilancia en el cumplimiento de los derechos humanos en los territorios ocupados antes de que el siguiente muerto sea la mecha que obligue a los saharauis a retomar un camino, el de la violencia, que ni ellos mismos desean.

El Gobierno español debe asumir sus obligaciones como estado descolonizador y situar la defensa de los derechos humanos por encima de cualquier otro interés económico. Sabemos que nada moverán los gobiernos si no son forzados por sus ciudadanos, y por eso es a estos a quienes nos dirigimos, para que piedra a piedra, palabra a palabra, gesto a gesto, se sumen a nuestra voz en esta demanda, en esta exigencia impostergable. Porque sabemos que la única lucha que se pierde es la que se abandona.

Esta fotografía fue tomada después de un estremecedor atardecer justo antes de que se hiciera de noche, la víspera de una noche de luna llena. Ese día la temperatura alcanzó los 35ºC -primavera para ellos (imagínense el calor del verano)- y estaba parcialmente nublado, lo que ayudó a crear una espectacular gama de colores en el cielo. La mujer, es una mujer típica saharaui, vestida de manera tradicional y que viene de encerrar las cabras en el establo.

Si se fijan en el lado izquierdo de la casa se aprecia que una de las cabras más jóvenes se ha escapado y medio escondida se dedica a observar al intruso espectador. Y si se fijan un poco más verán el suelo cubierto de «cacas» del rebaño.

La razón por la que la fotografía se titula «La Tata» es porque era la madre de nuestra familia y entre los que formaban nuestro grupo se hallaban tres músicos que vinieron a dar un concierto en la gala de clausura del festival. Er Canijo de Jerez, Juanito Makandé y Tomasito de Jerez compusieron una canción para ella titulada «Yo soy la Tata».