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Un ciprés saluda inclinándose mientras un gato cruza la calle, se detiene y levanta su pata trasera para rascarse la tripa con una falta de preocupación absoluta. Lo opuesto a mí, que conduzco con un subidón de adrenalina, sin saber con lo que me voy a encontrar. Todo es muy diferente de lo que imaginaba y lo que recordaba de mi infancia. Siento que viajo hacia el umbral de un cambio, una transición, es la calma antes de la tempestad.

Nací y me crié en North Myrtle Beach, un pueblo costero de Carolina del Sur, junto a la autopista 17, que curiosa y literalmente bordea otra comunidad llamada Atlantic Beach. Ambas forman parte de The Grand Strand, un complejo turístico que recibe más de 14 millones de turistas al año y tiene una población estimada de 329.500 habitantes que se reparten a lo largo de 95 kilómetros en forma de rectángulo en la costa Este.

Al final de este rectángulo y en dirección norte aparecen cuatro manzanas de edificios perpendiculares a la carretera hacia el océano y otros seis bloques paralelos que aíslan Atlantic Beach de North Myrtle Beach. No hay más carreteras, solo esta autopista une ambas comunidades.

El paseo marítimo está vallado por ambos lados y es accesible únicamente por un sendero y un carril bici, creando una entrada restringida. Al caminar por la orilla, se hacen evidentes los límites de esta zona porque ya no se ven edificios y unos letreros verdes metálicos marcan los límites de North Myrtle Beach a ambos lados. Solo entonces, las bellísimas gramíneas y las dunas pueden disfrutar de unas vistas sin obstáculos.

En mi calidad de chica blanca de clase media residente en North Myrtle Beach durante los años 70 y 80, no había motivo para ir a Atlantic Beach. Continuaba siendo una zona segregada racialmente que había empezado a desintegrarse, dejando que las drogas y la prostitución arruinasen su reputación histórica.

Desde finales de 1930 hasta los 60, esta zona era una de las más animadas para la gente de color del sur de Estados Unidos porque contaba con una de las únicas playas, desde Virginia, donde empieza la autopista 17, hasta Georgia, donde se les permitía ir a disfrutar. Más tarde, en 1966, se aprobó un acta que lo reconoció como el único pueblo costero perteneciente a la gente de color y que yo sepa -corrígeme si no es así- sigue siendo la única playa gobernada por ellos en todo el país.

Un puñado de personas caminan frente a la playa. Los que se cruzan en mi camino son gente variopinta de color. La zona está limpia, las dunas y gramíneas disfrutan de su vista privilegiada y se ven algunas cabañas imponentes construidas recientemente, pero la mayoría de edificios han sido tapiados o destrozados por los huracanes y el paso de los años. Hay algo inquietante en la atmosfera del lugar.

Es sábado por la tarde. Entre dos locales en la calle principal se encuentran varios hombres blancos y un hombre de color ataviado con un gorro de beisbol, bebiendo cervezas de lata. Mientras tanto, una mujer en un coche destartalado con dos niños en el asiento de atrás conduce girando su cabeza para un lado y otro. Está perdida o busca a alguien así que al llegar al final de la calle hace un cambio de sentido. La mayoría de la gente, al hacer este cambio de sentido, no es consciente de que se adentra en otro territorio. Al llegar a Atlantic Beach se encuentran con un paseo marítimo cortado por vallas y una carretera que se acaba abruptamente.

Yo me marché de la playa, término que usamos los locales para describir nuestro pueblo, en 1987. La última vez que estuve fue hace 3 años, durante mis vacaciones de verano, cuando una amiga me invitó al Festival de Jazz de Atlantic Beach. Recuerdo estar impresionada por el ambiente que encontré: un increíble talento musical afroamericano y una comunidad tranquila de personas que te daban la bienvenida con una amplia sonrisa. Aquella tarde, mientras me sentaba a beber una copa de vino, viendo el sol ponerse detrás del escenario y disfrutando de esos magníficos sonidos, una sensación abrumadora se apoderó de mí. Sin duda, se trataba de un lugar muy especial.

Al regresar este año en navidades, decidí llevarme la cámara y retratar aquello que sentía. Quise aprender más acerca de la historia de esa comunidad antes de que cambiara.

Una extraña bruma, fruto del contraste entre el calor y la humedad, otorgaba a este pueblo invernal un cierto misterio. Sentí que la niebla representaba su historia y su presente.

Mientras investigaba, tuve la oportunidad de hablar con personas competentes cuya misión era salvar esta zona de la masificación. Sí, querían que su comunidad prosperase pero siempre y cuando preservara no solo su historia americana sino su herencia afroamericana.

Cuando actuaban grupos de blues, jazz y rhythm and blues a lo largo de The Grand Strand, solían pasar la noche en Atlantic Beach donde continuaban tocando en jam sessions hasta primeras horas de la mañana. Se trataba de artistas de la talla de Marvin Gaye, Ray Charles, Chuck Berry, Otis Redding, Fats Domino, Little Richard… Entre los afortunados oyentes estaban las familias privilegiadas que pasaban sus vacaciones en Atlantic Beach.

Guardo la esperanza de ver a esta comunidad histórica evolucionar y prosperar para que otros puedan disfrutar de su ubicación providencial y su enorme belleza. Ojalá que la Perla Negra pueda preservar su naturaleza y una vez más encuentre el camino hacia la mirada del mundo.

Durante mi tiempo libre, en un viaje a Los Ángeles para realizar un reportaje para El País Semanal, me quedé capturada por algunos personajes. Una cosa normal en L.A. y especialmente en Hollywood Boulevard es ver cantidad de personas que adoptan diversas personalidades. Aunque tengan la cara disfrazada, tapada o distorsionada, son gente como tú o como yo con sus opiniones y conversaciones, como puedes ver en este vídeo tomado por el periodista Álvaro Corcuera.

La semana pasada fueron las elecciones presidenciales en EEUU, y yo como americana residente en España me alegré de despertarme en mi país durante la jornada de votación (Election Day). La mañana siguiente es cuando tuvo lugar la conversación entre Superman y El Monstruo sobre la victoria de Obama. Y cuando tomé esta foto de Spiderman. Él, Superman, el Monstruo y Obama son personas (disfrazadas) y soy fan de ellos.

Hollywood Boulevard, Los Angeles.
Esta foto está tomada con un Hasselblad 501CM y respaldo digital, con un 40mm objetivo ISO 200, disparado 125 F. 5.6.

Es mi primera vez en Palestina. Puede parecer extraño, pero me hace mucha ilusión.

Había oído tantas historias de cómo los israelíes se ponen duros en las aduanas y controles que estaba en tensión, con la adrenalina disparada, esa adrenalina que forma parte de las vidas de tantos periodistas. Finalmente entramos por un lugar por el que no puedes volver a Israel, en la autopista que va a Jerusalén desde el aeropuerto de Ben Gurion.

Fue una sorpresa ver que las colinas a ambos lados del camino estaban nevadas: no es muy frecuente. La nieve tiene un efecto de paz, quita los ruidos y blanquea el ambiente dejándolo virgen.

Empezamos a entrar en un barrio de las afueras de Ramala, pero no veía nada por mi ventanilla, así que intenté bajarla. No pude. En ese instante, varias bolas de nieve chocan contra esa ventana como tiros y me dan tal susto que casi acabo en el suelo del coche. Eran chavales jugando, tirando bolas a los coches: menos mal que no logré bajar la ventanilla.

Curiosamente, a lo largo de mi semana en Ramala y Jerusalén, no fue la única vez que vi a chavales tirar objetos redondos. ¡Vaya juego!

A una manzana de mi hotel, ya casi de noche, veo un muñeco de nieve palestino encima de un coche. Pido al taxista que pare, miro para todos los lados para asegurarme de que ningún chaval me va a tirar una bola, y me acerco a fotografiarlo. Al final, los chavales que habían hecho el hombrecito de nieve se hicieron fotos conmigo, ellos también con ilusión.

La foto está tomada con una Hasselblad 503CW, un objetivo de 40, a F4 y 1/15 segundos, con un respaldo digital CFV de Hasselblad.

Era un vuelo a Jartum (Sudán) y el avión estaba todavía en la pista cuando se escuchó un anuncio del capitán que me impidió seleccionar una película: «Agarraos bien, vamos a salir de la puerta de embarque en cinco minutos». Luego oí a un pasajero decir: «El capitán se acaba de levantar para ir a hacer pis». ¿Será eso por lo que esperamos cinco minutos más?

El rosa y el turquesa provocan una tormenta de arena. Una chica con labios de terciopelo lleva una chaqueta de cuero falso, hay 38ºC fuera y es invierno. El estadio de fútbol no tiene hierba, el parque de atracciones no tiene sonido. Muchos hombres vestidos de blanco. El turquesa es más de un verde fluorescente cuando aterrizamos en la República de Sudán.

La República de Sudán, a menudo citada como Sudán del Norte o, simplemente, Sudán, no es Sudán del Sur. Antes de la Guerra Civil de Sudán sólo había un Sudán, pero en 2011 la gente de Sudán del Sur decidió separarse mediante una votación. Sudán del Sur ahora está en medio de una terrible Guerra Civil; Sudán del Norte tiene zonas muy difíciles, pero si eres un viajero experimentado quizá sea un buen lugar para tu próxima aventura.

Hace sólo unos meses, en noviembre de 2016, viajé a Sudán invitada por la Organización Mundial del Turismo y me dieron la oportunidad como fotógrafa de experimentar un país muy poco viajado. Aparte de todas las contradicciones y del conflicto existente en viajar a un país que vive una situación humana tan difícil, si eres valiente y te gusta conocer destinos únicos, esta experiencia auténtica te dejará deslumbrado.

Hay vías de tren abandonadas cubiertas por arena fina de desierto y cuatro casitas típicas en forma de cabaña circular con tejado en punta y aspecto de aves zancudas; las ramas secas de árboles muertos van surgiendo entre lo que una vez fue el hogar de los empleados de la empresa de ferrocarril sudanesa de Puerto Sudán. Viajando por una tranquila carretera mientras un sol abrasador va friendo el tejado de tu coche tienes la sensación de que el agua aquí es más importante que el papel higiénico, aunque este último también sea importante. Los camellos pastan sin rebaño; los rebaños se ven por la noche con los faros. La energía creativa fluye por lo desconocido a medida que la adrenalina bombea en el aliento de otro momento.

Un mercado nocturno exhibe las culturas y tradiciones locales del pueblo beja. Palos largos, pelo afro, faldas blancas y chalecos negros describen el estilo de los conocidos como Fuzzy-Wuzzies. «Fuzzy-Wuzzy era el término usado por los soldados británicos coloniales para llamar a los guerreros beja que apoyaron al sudanés Mahdi en la Guerra mahdista«, e incluso Rudyard Kipling escribió un poema en su honor. El respeto que los soldados tenían por ellos procedía de las plazas de infantería británica que fueron destrozadas por estos guerreros tribales y su destreza marcial. Winston Churchill declaró que ellos fueron la única tribu que llegó a derrotar al Ejército británico.

Al día siguiente en otro mercado dos jóvenes agitan largos sables y se arreglan sus blancos dientes con pequeños trozos de madera. Parecen muy inocentes hasta que intentas hacerle una foto a uno de ellos, y entonces te piden dinero. Aquí ha venido alguien a hacer fotografías antes.

El poema ‘Fuzzy-Wuzzy‘, de Kipling.

El Mar Rojo está a sólo 20 manzanas de este mercado, pero da la extraña sensación por su piel polvorienta de que estos hombres nunca van allí. Pastorean a camellos durante semanas, a veces meses, sin ninguna referencia de tiempo o distancia. El único interés que tienen por el agua es el de beber. Se me clava en la mente una imagen de estos Fuzzy-Wuzzies como uno de los encuentros más divertidos.

Cuando viajas a un lugar como este, o acabas en una furgoneta con cortinas de terciopelo adornadas con borlas de color o en una motocicleta arreglada como si fuera una carroza, o llamas mucho la atención. Mientras intentan elegir al mejor personaje para un posible guión, un grupo de Fuzzy-Wuzzies agolpados alrededor de mi furgoneta tratan de ver a través de las ventanas tintadas. Ya fuera un grupo de chicas desnudas en una bañera de agua burbujeante o un político local, ellos tendrían la misma expresión. El que no oye el mal ni ve el mal ni siquiera sabe lo que es el mal.

Bolivia se ha convertido en el primer país que ha legalizado el trabajo infantil hasta tal punto que permite a los niños a partir de los 10 años de edad trabajar sólo con algunas restricciones mínimas. Mi hijo de 10 años fue reprendido en su escuela de la ciudad de Nueva York el otro día por jugar a verdad o reto y retó a uno de sus amigos a tocar a sus compañeras de clase por detrás, lo que nunca ocurrió porque tuvo miedo. El director de la escuela habló más tarde firmemente con él y su amigo y procedió a explicar que se podía llamar a la policía y se podía insinuar un acoso sexual. Mientras tanto, de vuelta en la capital de Bolivia, La Paz, exactamente el mismo día en que se modificó la ley laboral, caminaba entre un desfile cultural fotografiando a la gente y sus trajes y me encontré con el presidente de Bolivia, Evo Morales, que posó para mí sosteniendo a un niño pequeño.

La ironía es una herramienta muy querida y útil sobre todo para ayudarnos a pensar las cosas de otra manera y en este caso diseccionar los problemas sociales. El trabajo infantil es considerado en muchos sentidos un fenómeno social y político más que económico, mientras que el argumento que vi en la televisión boliviana esa misma noche fue que el índice de pobreza de Bolivia necesitaba la ayuda de sus hijos.

Mencionar el acoso sexual a un niño de 10 años es también absurdo y es demasiado pronto en sus vidas para tener que considerar tal cosa.

En el departamento de La Paz, hay una ciudad fascinante llamada El Alto. Tiene un alto nivel de pobreza a través de un mundo único por sí mismo, con su arquitectura andina, la cultura de las cholitas y el mayor mercado de pulgas del mundo donde se puede encontrar de todo, desde un pequin en un refrigerador hasta secreción de caracoles.

La mayor parte de este centro urbano de rápido crecimiento, que ahora supera el millón de personas amerindias, fué formado por trabajadores migrantes que vinieron aquí en busca de una mejor fortuna. Las «Cholitas» son mujeres aymaras que han venido a la ciudad, y también son conocidas por romper las barreras sociales. Me pregunto qué piensan las Cholitas de que sus hijos salgan a trabajar tan temprano. ¿Piensan que sus hijos son acosadores sexuales cuando sus jóvenes se burlan de las chicas de esa manera? La ética de trabajo de los americanos es drásticamente diferente a la nuestra en el mundo occidental, y probablemente su idea de que los niños se diviertan también. Históricamente los niños bolivianos han trabajado en la agricultura, muchos de los padres de estos niños trabajadores provienen de los pueblos mineros y las zonas rurales, por lo que es una parte natural de la vida desde el principio.

Aunque la vida en la ciudad no es la misma y en su mayoría las zonas rurales tampoco lo son. Los niños deben ir a la escuela y tener derecho a la educación sin importar en qué país, ciudad o pueblo vivan, cuál sea su situación económica, y nunca deben ser explotados financieramente. Uno de los regalos más preciados de la vida es ser un niño y divertirse. Hoy el Comité Noruego del Nobel ha anunciado el Premio Nobel de la Paz para el año 2014 y va para Kailash Satyarthi y Malala Yousafzay por su lucha contra la supresión de los niños y jóvenes. Felicitaciones.

Cuando uno viaja a las profundidades de África hay muchas decisiones que tomar y un sinfín de cosas que preparar. ¿Tomarse las pastillas contra la malaria? ¿Qué enchufes hay que llevar? Visados, números de contacto, qué pasa si no funciona el móvil (efectivamente, esto ocurre en algunos lugares del mundo), o llevar dinero en efectivo por si no encuentras un cajero. La lista es interminable, lo que provoca que el viaje empiece realmente mucho antes de salir de casa, sobre todo cuando uno viaja a África. Llegar a este continente sin estar abierto a la aventura es negar su esencia. Aunque había preparado bien todo, no tenía ni idea de lo que me esperaba 24 horas después.

Tres vuelos más tarde, llegué a un pueblo llamado Livingston, en el lado de Zambia de las cataratas Victoria. Efectivamente, Zimbabue y Zambia comparten las cataratas y el nombre rinde homenaje al famoso explorador David Livingston.

El propósito de mi viaje fue acudir a la asamblea general de la OMT, Organización Mundial del Turismo, auspiciada por Zimbabue y Zambia. Sin embargo, quise llegar una semana antes para descubrir este último país, que siempre me había interesado. Zambia es pacífico (al contrario que sus vecinos) con 70 tribus diferentes que conviven sin apenas conflictos. Su diversidad cultural confiere al país una variedad impresionante de color y armonía que ha ayudado a preservar sus tradiciones únicas. Zambia es además, un país seguro y fácil de recorrer para una mujer que viaja sola.

Dejando el aeropuerto a un costado de la carretera, veo un letrero que dice: Painted Dog (Licaones, un perro salvaje africano), uno de mis animales favoritos, en vías de extinción y muy difícil de ver. Una vez pude ver uno en la Reserva Natural Sabi Sabi en Sudáfrica. Quizás esta vez sea igual de afortunada. En el avión de regreso a casa, un auxiliar de vuelo me indicó que una familia de Licaones vivía junto al aeropuerto y que les gustaba cruzar la carretera.

Una vez que dejamos atrás las cataratas secas (estaban secas, efectivamente), el conductor me dijo que estaban reteniendo las aguas para volver a abrir los diques cuando pasaran los funcionarios que iban a llegar para el gran evento. En el asiento de delante, hojeé los titulares del periódico: Un Perro se hace pasar por un león en un Zoo chino y Un hombre en Nueva York es sentenciado por hacerse pasar por conductor de metro.

Los monos en esta parte de África son como los gatos callejeros o las palomas en cualquier ciudad europea. ¡Están en todas partes! El primer consejo y el más importante que me dieron nada más llegar a lo que iba a ser mi casa durante los próximos días (el santuario de Sussi & Chuma) fue no dejar nunca la puerta abierta ni restos de comida. Si no tienes cuidado, aquí los monos se beberán tu cerveza, mirarán la tele y te dejarán alguna que otra sorpresa debajo de las sábanas.

Antes de la puesta de sol, corrí hacia el muelle cruzando por unos tablones de madera hasta llegar a un diminuto bote fluvial. El capitán me esperaba para llevarme a dar un paseo por el río Zambeze. En ese momento, empecé a hacer realidad uno de mis mayores sueños. El sol, una enorme bola roja, posándose sobre la tierra y reflejándose en el agua, como a cámara lenta. En ese instante, me di cuenta de que no estaba sola disfrutando del momento: una familia de hipopótamos, con sus grandes ojos, flotaba en la superficie con atenta mirada. Durante nuestra travesía, pude ver a un grupo de elefantes en una pequeña isla, ¿están en Zimbabue o Zambia? Las aves que descubrí me resultaron fascinantes y de una variedad increíble. Sus colores, formas, tamaños y sonidos llenaban el cielo. De pronto, sonó el móvil del conductor que me acompañaba, interrumpiendo la magia del momento. El ministro de Turismo me esperaba. Debía volver.

Aquella tarde conocí a personalidades muy interesantes. Caristo Chitamfya, un presentador de televisión y mi anfitrión durante los días previos a la asamblea general. Mulenga Kapwepwe, una increíble y poderosa mujer africana. Autora, productora, miembro del comité del Consejo de las Artes y una defensora entusiasta de la cultura de su país. Ambos colaboraban en la organización de los eventos que se iban a celebrar en torno a la asamblea general y se aseguraron de que el acto representara la rica diversidad humana de Zambia.

Mientras recababa información, antes de viajar a África, revisité Maske, uno de mis libros de fotografía, cuya autora es Phyllis Galembo. Volví a sumergirme en el capítulo sobre Zambia llamado Los Lovales Enmascarados. Me sentí inmediatamente atraída por los retratos de los danzantes. Me pregunté si una vez en África, tendría la oportunidad de fotografiar a alguno de ellos. La noche del gran evento, Mulenga me invitó a un festival donde iban a aparecer los danzantes. Quizás se cumpliría otro de mis sueños.

Caristo me condujo a casa por la carretera de tierra que llevaba a Sussi & Chuma. Durante el trayecto, bajó el volumen de la radio para poder ver y escuchar a los animales antes de que ellos nos vieran a nosotros. Si no tienes cuidado, los gigantescos elefantes pueden destrozarte el coche.

Mientras caminaba sobre el puente de madera que llevaba a mi cabaña en los árboles, un hipopótamo emitió un sonido que nunca antes había escuchado. Una especie de tos que parecía el motor de un coche intentando arrancar. Me inquietaba la idea de salir al balcón a fumar un cigarrillo antes de acostarme, pero decidí enfrentarme a mis miedos. Al salir, un subidón de adrenalina me atravesó, como el agua del Zambeze choca contra las rocas. El viento silbaba entre las hojas, intensificando el sonido de algo que crujía más abajo. Nunca supe lo que era pero no he dejado de pensar en África y en lo fácil que es enamorarse de este continente.

El día siguiente fue de una excitación desbordante. Sobrevolé en helicóptero las cataratas Victoria. Lloraba de emoción al darme cuenta de la suerte que tenía al poder ser testigo de tanta belleza. Desde allí arriba, vi un elefante adentrarse en la maleza. Una imagen que ya había visto en National Geographic pero nunca en la vida real. Más tarde disfruté de una marcha en una reserva natural para turistas, junto a dos leones blancos. Me parecía muy extraño pero a los leones se les veía bien. Un guarda del parque, armado con un rifle gigantesco, nos guiaba hacia un par de rinocerontes. Me explicó que llevaba el arma por si los animales decidiesen que nuestra presencia estaba de sobra. Acabé la mañana con una comida en un auténtico restaurante del país donde las manos son los únicos cubiertos.

Más tarde, mientras nos aproximábamos al Club de Golf de Livingston, el humo de las parrillas inundaba el cielo. Una vez en el recinto, vimos gente disfrazada, bailando en la zona del aparcamiento. Me percaté que se trataba de un gran evento. La llegada de KK.

KK, también conocido como Dr. Kenneth Kaunda, es un gigante político en África, padre fundador de Zambia y su primer presidente desde 1964 hasta 1991. Participó y fundó movimientos independientes, incluyendo el Congreso Nacional Africano, que soñaba con la igualdad. KK también luchó por la independencia de Rodesia que entonces estaba en manos de colonias europeas. A sus 89 años, es toda una leyenda. Sigue luchando por la paz y por la resolución pacífica de los conflictos que asolan su continente, aunque últimamente está más dedicado a la lucha contra el sida.

Mientras el público se animaba y la música iba en aumento gracias a los tambores, KK salió de su vehículo deportivo, saludando con su mano izquierda y su habitual pañuelo blanco. Estrechaba la mano a cualquiera que se lo pedía. Le acompañaban un puñado de políticos y algunos miembros de los grupos que iban a actuar mas tarde. KK tomó asiento en la extravagante tienda que habían dispuesto para él y otros altos dignatarios y la ceremonia dio comienzo. No estoy del todo segura pero sospecho que casi todas las tribus, bailes, vestidos tradicionales e instrumentos musicales de Zambia estaban allí representados. Los intérpretes bailaban mientras el público rugía con tal alegría e intensidad que el sonido ensordecía las cataratas. En un momento dado, hasta KK se puso en pie para bailar.

Casi había olvidado a mis danzantes cuando de improviso, uno de ellos me sacó a bailar. Posteriormente le perseguí hasta que hubo acabado la ceremonia. Seguí hasta el autobús, donde le esperaban los otros danzantes que se estaban cambiando de ropa. Mi danzante intentó esquivarme hasta que apareció Caristo y nos presentó. Tímido, me dejó hacerle algunos retratos. Insistí con Caristo hasta que me explicó que los Lovales eran considerados seres sagrados. Quizá, algún día, pueda volver a Zambia para retratar a estos seres especiales como se merecen.

¡Imagínate como fue el resto de mi viaje!

Elecciones en Sudáfrica: 8 de mayo de 2019 Mandela y el fútbol: «Ser feliz con lo que uno es y lo que hace es un bienestar entre la mente y el cuerpo», lo leí en la portada de un cuaderno de visita en Sudáfrica en 2009. El olor del rocío del océano soplando en el viento e incluso el sonido de las olas rompiendo deben de haber sido sensaciones de esperanza para él en aquel entonces. Cuando una vida humana ha sido llevada al confinamiento, el anhelo de libertad se intensifica definitivamente. Un extraño sentimiento se apoderó de mí ese día, sentía que para marcar la diferencia en el mundo, a veces tiene que ocurrir algo drástico. ¿Es arriesgar la libertad el sacrificio necesario para lograr la igualdad? Lo que escribí en mi cuaderno debe haber sido sobre la felicidad de Mandela en su búsqueda y su meta lo que lo mantuvo en el bienestar. Hace 10 años visité Sudáfrica, parece que fue hace mucho tiempo, pero han pasado 25 años desde que el Congreso Nacional Africano ha estado en el poder, lo cual es aún más largo. Fue unos meses antes de la Copa Mundial de Fútbol de 2010, que casualmente España ganó y la primera vez que la Copa Mundial se celebró en un país africano. Me interesé personalmente en visitar Sudáfrica fotografiando temas de interés. Por supuesto que tuve que visitar la isla Robben, justo en la costa de Ciudad del Cabo, la prisión donde Nelson Mandela sirvió durante 27 años.

El 7 de mayo, Sudáfrica votó en sus sextas elecciones democráticas desde el apartheid. Parece que una vez más el Congreso Nacional Africano ha ganado. Unas horas después de una clara victoria, la cuenta oficial de twitter de Nelson Mandela @nelsonmandela fue citada diciendo «Necesitamos saber con una nueva convicción que todos compartimos una humanidad común y que nuestra diversidad en el mundo es la fuerza para nuestro futuro juntos». De la fortaleza del poder blanco en Sudáfrica a principios de 1900 creció el nacionalismo africano y esto dio lugar a que los políticos construyeran un gobierno racial que se convirtió en segregación y por lo tanto en el «apartheid».  Un joven estudiante de derecho llamado Nelson Mandela se horrorizó tanto con lo que estaba sucediendo que su ambición se convirtió en lucha, lucha por lo que creía que era correcto y por la forma en que quería arreglar el mundo.  Se unió al CNA y rápidamente se convirtió en un líder clandestino, no pasó mucho tiempo hasta que las órdenes de arresto comenzaron a volar. Se hizo muy famoso por sus disfraces y tuvo éxito en esquivar a la policía. Eventualmente, cuando fue juzgado por conspirar para derrocar al gobierno haciendo una huelga nacional masiva de no cooperación, leyó una declaración de 5 horas, sus últimas palabras, que luego recitó de memoria mientras se enfrentaba al juez fueron: «Durante mi vida me he dedicado a esta lucha del pueblo africano. He luchado contra la dominación blanca, y he luchado contra la dominación negra. He acariciado el ideal de una sociedad democrática y libre en la que todos vivan juntos en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y que espero alcanzar. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy preparado para morir.»

Finalmente, Mandela fue liberado de la prisión. En 1994 se convirtió en Presidente de Sudáfrica y sus premios son muchos. Siendo descrito como el Padre de la Nación, su partido ha vivido por mucho tiempo haciendo honor a su legado. Estoy de acuerdo en que no debemos olvidarlo en momentos como éste, pero más importante aún es no olvidar por lo que luchó. Muchos cambios han pasado por el partido y por Sudáfrica en los últimos tiempos. Sólo por citar algunos, los gritos furiosos del fracaso económico, la corrupción, la mala educación, las tasas de desempleo, la necesidad de una reforma agraria, etc. etc. Si compartimos una humanidad común, ¿por qué intentamos tener más que otros, y si la diversidad es la fuerza de nuestro futuro, ¿por qué creamos brechas entre los que tienen y los que no tienen? Si hablamos de política, ¿no deberíamos concentrarnos en los controles y equilibrios? Como dice Spike Lee «Haz lo correcto». No digo más.

Cuando facturo en un avión lo primero que pido es ventanilla. Pasan muchas cosas por esas ventanillas.

En este caso estaba en la última fila, y como siempre al aterrizar tenía muchas ganas de bajar y salir de allí.

De repente se oye a una azafata por el altavoz pedirnos que por favor nos sentemos hasta que el comandante baje primero. Como no fue razón suficiente para que nos sentáramos, volvió a comunicarse para decirnos que bajaba antes para acompañar al soldado de abajo. Ahí es cuando vi a todo el pasaje sentarse y volví de nuevo a mirar por la ventana.

La foto está hecha con una cámara Hasselblad 503cw, con objetivo distagon 4/50, y tirado con iso 400 a 1/60 F. 4, desde la ventanilla de un avión de Delta en el aeropuerto de Atlanta, Georgia, EEUU.

Desde la ventana de un avión

Soy estadounidense nacida de madre española, y desde pequeña iba al pueblo de mi madre en verano por vacaciones. Allí en el pueblo, como en muchos otros en España, se celebran las fiestas, que tienen origen religioso honrando a su santo, pero que ahora son más una celebración en general para todo el pueblo. El verano es la época mas típica de las fiestas, y es cuando los pueblos están más llenos. Dentro de esta tradición hay otra, la de los toros. Los encierros se hicieron famosos en el extranjero por el escritor Ernest Hemingway y la ciudad de Pamplona, pero en muchos pueblos se celebran sus propias versiones. Los ayuntamientos y lugareños contribuyen en la compra de uno o varios toros o novillos, ¡y a correr por el pueblo hasta que se agotan!

Cuando me preguntan en EEUU qué opino sobre esta tradición, mi respuesta suele ser que es un tema difícil. La verdad es que no sé del todo qué opino. Por un lado me parece fatal, pero por el otro lado entiendo la tradición, aunque esta no sea razón para aceptarla. Realmente con lo que no estoy de acuerdo es con la tortura de los animales, y muchas veces es verdad que son torturados. En esta ocasión quiero enseñar estas fotografías y dejar que vosotros expreséis vuestras opiniones. La maravilla de la fotografía.

Este es mi segundo post en el blog, un amigo al leer el primero me envió un mensaje citando a Henry Miller, «El destino de uno nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas». En este domingo de Pascua veo a Notre Dame bajo una nueva luz. La explicación de cuándo algo será importante es un misterio que guardamos en secreto en algún lugar.

Era un frío día de invierno pero este clima no era razón para no vagar y explorar. Estaba profundamente enamorada de mi marido, lo que hizo que todo fuera más romántico de lo que ya era en aquella extraña y nevada tarde de febrero en París. Rara vez nieva en París, ni viajo a un destino si no es por trabajo. Esta vez acepté ser la dama mantenida que acompaña a su novio en un viaje de negocios.  La nieve comenzó a caer a un ritmo que se extendió por las pestañas hasta convertirse en plumas pesadas. Seguí el camino más hermoso posible, el que tenía una manta recién puesta. Matando el tiempo hasta que mi novio regresó del trabajo no discutí que mis pies congelados y mojados siguieran moviéndose, aparentemente tenían un lugar a donde ir.

Para mantener mi cámara seca sólo la saqué en los momentos más obvios. Inesperadamente, en lo que me pareció un momento extraño, estaba parada frente a una de las iglesias más impresionantes del mundo. Estaba todo muy tranquilo, las primeras horas de nieve tienen la costumbre de hacer eso. La gente estaba inmóvil como las esculturas del parque. Las imágenes estaban sucediendo en todas partes. Las escaleras que descendían al río Sena formaban rectángulos perfectos y las ramas de los árboles daban las formas orgánicas necesarias para enmarcar la escena perfecta. Disparé a pesar de que el agua rodaba ahora en mi pantalla de enfoque y el objetivo estaba todo empañado. La mejor hora para fotografiar es la hora de los chirridos y en este día el brillo de su luz azul marino mezclado con la nieve iluminó la torre en lo alto de Notre Dame como una silueta en forma de una flecha gigante disparando a los cielos. Poco sabía que un año y algún tiempo después las fotografías que tomé de esa espiral de flechas se convertirían en algo más importante para mí que antes.

Ese día sería la última vez que podría fotografiar la catedral y verlo, antes de su horrible tragedia. Por muy gótica e irónica que sea su historia, se ha convertido una vez más en otra historia dramática. Ya no veo muchas noticias duras, de hecho casi nunca enciendo el televisor debido a la abundancia de noticias sensacionalistas, así que al recibir la noticia de que esta mágica torre se estaba quemando decidí conservar mi memoria hasta ese momento tan especial que tuve esa extraña y temprana noche nevada de febrero en París.

La vida puede ser así, hoy aquí y mañana no. Tal vez todo esto sucede por alguna razón y con respecto a algún lugar más elevado. Prefiero creer que nos dan lecciones para aprender a apreciar y respetar lo que tenemos. A veces es cuando se pierde que admiramos que logramos valorar su significado aún más. Difícil pero cierto, cuando la torre estaba ardiendo en esas dramáticas llamas devastadoras, se volvió más importante, no sólo por su historia y cultura sino por el mundo artístico que representa.